viernes, 1 de octubre de 2010

La palabra en el infierno

Konrad Junghänel, a la hora de abordar una ópera como director, sostiene su estética en el texto, que dicta la diferencia fundamental con otros géneros musicales en donde no hay participación de la palabra. Sus razones son más que válidas desde el punto de vista tradicional operístico: es solo mediante el lenguaje (musical y verbal) que podemos acceder con un buen grado de credibilidad a la atmósfera o mundo propuesto por una obra lírica.

Ya hemos hablado con anterioridad de la suspensión del descreimiento en la vigilia dedicada a Los maestros cantores de Núremberg, en donde considerábamos la puesta escénica como elemento de acercamiento a la esencia de la cosa (según Hegel). Pareciera entonces que esta vigilia actual contradice aquella. Realmente no. Entonces decíamos que el acierto en la creación de un espacio virtual a partir de una puesta escénica, está en relación directa con la compenetración que logra en el espectador, para con ello, llevarlo a ese espacio que no pertenece ni al escenario ni al mundo contingencial del observador, sino que es una creación propia. Esto es cierto desde muchas perspectivas, y la más sencilla se da asimismo en el mundo contingencial, pues todo lo que percibimos merced a la vista, se transforma en impulsos eléctricos que son luego procesados por el cerebro para reproducir la imagen: vemos así una reproducción del objeto. Luego, cuando recreamos un mundo estimulados por el arte lírico-musical, no difiere en realidad en cuanto a su mecanismo de formación, sino en la cercanía que tiene con nuestra cotidianidad, que algunos insisten en llamar realidad.

Volvamos entonces al título La palabra en el infierno. En conversaciones con el director Junghänel durante la producción de Orfeo ed Euridice, de Christoph Willibald Ritter von Gluck, nació en cierto modo la inquietud de esta vigilia. Me parecía claro en ese momento, que tanto la música como el lenguaje verbal, poseían más recursos a la hora de provocar la recreación de un mundo inexistente en nuestra cotidianidad, desde el punto de vista geográfico temporal. El infierno, por ejemplo, al que desciende Orfeo a ver a su amada, debe su existencia a los arquetipos humanos, a la moral, la religión (algunas al menos) y otros elementos que se relacionan con nuestra cotidianidad evocados desde un espacio virtual que hemos comenzado a crear en la niñez. El infierno (lo mismo que el paraíso) reside en nosotros, si nos circunscribimos a la contingencialidad. Vamos a dar un pequeño paso en otra dirección para aclarar un aspecto que retomaremos luego: la cábala sostiene, que no fue Dios quien expulsó a Adán y Eva del paraíso, sino al contrario, con lo que el hombre por su decisión, perdió el contacto con lo divino. Así, dicha ruptura, podemos decir, posibilita al arte establecer de nuevo la conexión con la esencia (lo divino) para brindarnos un instante de dicha sublimación del ser.

Continuará...

Cerrando el circulo: XXX aniversario