viernes, 10 de enero de 2014

Para que la patria no sea el silencio



¿Qué significa tener el silencio por patria? Siempre, de alguna manera, nos esforzamos por conocer nuestras raíces, de dónde venimos, quiénes somos. No venimos de la nada. Antes de nosotros hubo otros, una patria llena de voces en donde el silencio era el justo reposo de la jornada en el que recobrábamos (nosotros, los de entonces) fuerzas para continuar la vida. Y es necesario para ello una patria. ¿Pero es la patria ese pedazo de tierra en donde en alguna parte descansarán nuestros huesos al final de la jornada? Quizá la patria esté en el corazón, en nuestro anhelo, en aquello que nos une a nuestros vecinos. Así pues, solo es silencio si la olvidamos, si le damos la espalda, si ignoramos nuestras raíces.

La literatura costarricense no es muy abundante en crónicas, memorias y biografías. Naturalmente que hay, pero deberían haber más. Por ello cada vez que nos encontramos con una biografía, una crónica o una memoria, las esperanzas de vencer al silencio crecen. Y luego nos encontramos con obras como “Para que la patria no sea silencio, que es crónica, memoria y biografía, y al mismo tiempo ninguna de estas cosas. Su autor, Mauricio Vargas Ortega, nos obsequia con su manera poética de ver el mundo, un acercamiento a quien fuera Alberto Lorenzo Brenes, sin escribir simplemente su biografía, más bien, verbalizando sus vivencias. Un hecho histórico marca la vida de este personaje, la revolución que vivió Costa Rica en 1948, pero la lectura nos llevará a descubrir de qué manera estos dos personajes (don Alberto y la revolución) intercambian roles.

Un alemán que prueba una ananás en su patria no prueba su sabor verdadero, sino aquel que el mercado le exige a los exportadores. La experiencia es aún mayor si prueba una fruta aún más “exótica”, como una anona o chirimoya como se comercializa normalmente la Annona cherimola. También en la literatura hay un poco de esto: la estandarización de los gustos del mercado. Es decir, que tan largo conviene que sea este o aquel género, qué temática vende más, cómo debe ser el uso del lenguaje, etc, etc. Con ello se está saturando el mercado de frutas que saben casi a lo mismo, no importa si se trata de una manzana o de una naranja. Hablo de literatura, desde luego. Pero Mauricio nos ofrece el sabor más auténtico posible de esa Costa Rica relatada por Alberto Lorenzo, siendo luego su voz lírica, su palabra escrita; y con ello nos obsequia un viaje imposible de otra manera.

Cuando nos enfrentamos a un texto que logra romper los límites del descreimiento, penetramos en un mundo nuevo, olvidándonos del nuestro, o mejor que eso, integrándonos a esa nueva realidad creada en la lectura. Si conocemos los aromas, los sabores, los sonidos de dicho mundo, aunque sea someramente, podemos compararnos con ese mundo de afuera que llamamos real. Pero si no es así, tanto mayor es la aventura. Mauricio logra este cometido, que pocos logran.




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